sábado, 22 de mayo de 2010

Le llamaban Soledad


Y allí estaba ella, de pie, con la mirada fija en el horizonte.
A sus pies las olas rompían con fuerza contra el acantilado. El viento le daba de frente en la cara, jugando con su pelo, enredándolo... acariciándolo... Pero a ella todo le daba igual, seguía con la mirada fija en ninguna parte.
Muchos creerían que estaba pensando, pero ella lo tenía decidido desde hace tiempo; simplemente disfrutaba el momento.
Él la abrazó por detrás, con todas sus fuerzas, aunque sabía que daba igual. No podía cambiar una decisión que se había tomado tanto tiempo atrás. El viento le molestaba, y las olas tronaban en sus oídos. No estaba cómodo.
Hay quien pensaría que su presencia allí era innecesaria, que era como una sombra en la noche, difusa e invisible. Pero él era necesario.
Ella se giró y le besó. El salitre de sus labios no fue lo que dotó al beso de agriedad, ni el momento ni la situación, ni siquiera saber que desde ese momento ambos pasarían a formar parte de un solo ser.
El aceptó el beso de buena gana. Sabía que no tenía remedio. Absorbió la esencia de ella y la abrazó como nunca nadie podría hacerlo. Ahora eran uno.
De esta manera aceptó él la soledad. Sabía desde el momento en que la vió por primera vez que ocurriría, aunque desconocía el motivo y cuándo sucedería todo.
Pensaba que sería un proceso más lento, pero no se dejó sorprender por la rapidez del momento; ni tampoco por su intensidad.
Él miró al mar una última vez, lo miró con los ojos de ella y lo entendió todo...

Paz, amor y soledades...

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