martes, 16 de diciembre de 2008

Alberto García-alix


Alberto García-alix es un fotógrafo español nacido en León en 1956. Su primera exposición fue en la galería Buades (Madrid) en 1981 y fue uno de los principales represetantes de la conocida "Movida madrileña".
Recibió el premio Nacional de Fotografía en 1999.
Utiliza cámaras Leica y Hasselblad.

Su obra ha sido compuesta en varios países y muchas publicaciones como el Vogue o Vanity fair han reconocido su gran trabajo.
Destacan sus retratos en blanco y negro, los cuales a dedicado a numerosos temas distintos:
las motos, los presos, los tatuajes o los yonquis son muchos de los modelos que ha tratado.
Las motos Harley Davidson son su gran pasión, así como también la música, los tatuajes y la noche; y han servido como musas para inspirar al artista.

Exposiciones:

- Museo Reina Sofia, Madrid (retrospectiva De donde no se vuelve, 2008)
- Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León
- Centro Galego de Arte Contemporáneo, Santiago de Compostela
- Museo de arte contemporaneo, Madrid

Blibliografía:

- Lo que dura un beso

- Alberto García-Alix.
- García Alix fotografías


Alberto García-alix es un fotógrafo que vive lo que narra. Sus obras son "una puerta a la vida y a la consciencia de la realidad". Le gusta contar esta realidad a través de los retratos, aunque considera que un objeto representativo puede ser retrato suficiente para una persona en concreto.
Su vida, lejos de ser tranquila y apacible, ha estado al borde del abismo en numerosas ocasiones. La adicción del fotografo a algunas drogas y enfermedades deribadas de las mismas no hicieron sino darle un carácter personal que ahora se torna en experiencia. París supuso un punto de inflexión en la vida del artista, ya que fue allí donde finalmente superó su enfermedad. Sin embargo, toda esta experiencia hace que su visión de la vida, y por lo tanto de la fotografía sea única e incomparable, totalmente personal.



Retrato a Camarón



Retrato a Rosi de Palma





Compendio de exposiciones completo: http://www.mcu.es/promoArte/docs/CVitaeGarciaAlix.doc

martes, 2 de diciembre de 2008

Bodega

Durante muchos años se ha buscado la integración de lo moderno dentro de la naturaleza. Esta relación es más difícil aún a día de hoy.
Sin embargo, todavía hay unos pocos edificios que consiguen mantener este espíritu de unión entre lo natural y lo humano.
Uno de estos lugares es la bodega "El señorío de Otazu".
Siguiendo una tradición que se remonta varios siglos atrás, esta bodega ha retomado un espíritu que parecía ya olvidado. Con edificios de varios cientos de años, que se remontan a finales del siglo 19 hasta los más modernos diseños.
La bodega, del arquitecto Jaime Gaztelu, está formada por varias bóvedas que forman un espacio unico en un entorno irrepetible.
Buscando siempre la tradicionalidad, el encofrado del hormigón de la bodega ha mantenido las betas de la madera, dándole un toque de originalidad y de tradición a algo tan moderno como el hormigón.
Sus formas curvas crean un espacio, junto con las barricas, que dota de un personalidad única a toda la bodega. Integrado además en el edificio antiguo, cuyos suelos aún se mantienen (reforzados, por supuesto).

Los distintos procesos de elaboración del vino en esta bodega, siguen la tradición más antigua, utilizando las mismas técnicas que se usaban en el Siglo XII, procurando siempre mantener la tradición, algo más que respetable en las fechas actuales.La bodega intenta, en medida de lo posible hacer un vino biológico, esto es, sin utilizar ningún tipo de sub-producto durante su fermentación. Sin embargo, no reniega de utilizar algún tipo de aditivo para optimizar el proceso de producción del vino, siempre y cuando sean productos utilizados ya en la tradición secular de creación del vino.

martes, 11 de noviembre de 2008

Reflejos

Los atardeceres tienen un halo místico que a veces somos incapaces de describir.
El sol, ya cansado de recorrer el cielo a lo largo del día, se va retirando poco a poco dejando paso al manto de estrellas que cubre el cielo nocturno. En esos minutos de luz difusa todo brilla de otra manera y los objetos más comunes se dotan de una belleza aparentemente inexistente. La contraluz produce bonitas siluetas recortadas del cielo y hasta el mas tímido destello se refleja en los espejos de la vida.
Los espejos que se encuentran en más lugares de los que pensamos, un coche, un charco, una cristalera... las posibilidades son infinitas.
En estos lugares mágicos las luces juegan a rebotar sobre la superficie y dispersarse por el aire creando juguetonas imagenes en lugares insospechados. Reflejos de una tarde llena de historias y que no volvera a repetirse, puesto que como todo lo bueno en esta vida, no puede haber dos atardeceres iguales. Los colores anaranjados, la silueta de las nubes, los árboles y el paisaje no vuelve a repetirse a pesar de suceder tarde tras tarde, día tras día...

miércoles, 29 de octubre de 2008

El mercado



En una apartada orilla, de una apartada calle podemos encontrar la entrada a un mundo completamente ajeno al actual.
Un lugar donde el consumismo no se ha impuesto aún, donde lo que importa realmente es la calidad de los productos y no su cantidad.
Miles de personas han cruzado sus espacios, han comprado en sus puestos y han recorrido sus pasillos y sin embargo el mercado no se ha movido, sigue esperándonos en su tranquilo rincón recientemente invadido por las maquinarias constructoras.
El tiempo ha cambiado la forma de relacionarse, de vender. Ya no es el vendedor el que vende su producto a un cliente, sino que el propio cliente solo compra a una industria despersonalizada. El único trato humano sucede a la hora de pagar, y esa será toda la calidez que alcance el intercambio de bienes.
Sin embargo, en el mundo frío e impersonal en el que compramos, la tradición, el trato con el cliente y los productos naturales continuarán teniendo un hueco, seguirán ocupando su tiempo y espacio en el pequeño y a la vez tan grande mercado.

martes, 14 de octubre de 2008

1000 fotos

Despierto una mañana, el despertador no ha sonado, no quería que nada marcase el ritmo de mi día. Una ducha rápida y a la calle. Un corto paseo hasta el coche, quiero llegar rápido a la costa.
Tras un breve viaje por fin alcanzo el mar. Bajo del coche y me dirijo a la playa; está vacía.
Tranquilidad... Una tranquilidad apoyada en el sonido de las olas, un mecer eterno que arrastra el sonido del océano hasta mis oídos.
Un olor indescriptible, el salitre, entrando desde mi nariz hasta los pulmones, llenándome de millones de sensaciones: paz, relajación, nostalgia...
Los cortados acantilados reproduciendo la melodía de las olas, una serenata continua que no ha cesado en milenios y el suave tacto de la arena en mis pies me han preparado para volver a la ciudad.
Tras unas vueltas buscando sitio para aparcar, lo hago y me bajo del coche. Me dispongo a recorrer las enredadas calles de mi ciudad.
Las mismas caras de siempre, unas conocidas, otras desconocidas, algunas saludan y otras pasan de largo. Caras y calles que me han visto crecer, grupos de niños que juegan donde yo jugaba hace años, una esquina que me trae imágenes de una parte ya olvidada de mi vida. Calles nuevas, calles donde nunca jugué, que han sustituido espacios urbanos donde crecí.
Un parque, que me vio jugar al fútbol entre sus árboles y que poco a poco ha visto como mis costumbres han cambiado. El fútbol fue poco a poco dejando el paso a la música, la pelota fue sustituida por la guitarra y la portería por un escenario. Y sin embargo, el parque sigue siendo el mismo, los árboles en el mismo sitió donde los deje hace años, incluso el escenario estaba allí antes, pero mis ojos de niño lo habían pasado por alto.
Tras unas vueltas sin rumbo encuentro mi colegio, cuna de todo cuanto me han enseñado, aquel que despertó mi interés por el conocimiento y que me dio amistades que nunca podré olvidar. Gente que veo frecuentemente y gente que no volveré a ver, pero que tienen un hueco en mi recuerdo que no se borrará.
Sigo andando y descubro lugares nuevos, no sabría decir si estaban antes o no, quizás hayan cambiado con el tiempo, o puede que sigan siendo los mismos. Puede que incluso los conociera y que mi recuerdo los haya borrado de mi mente.
Lugares de reunión que llevo utilizando durante años, lugares tranquilos, abiertos donde se puede respirar la paz en una tarde ajetreada; o lugares llenos de vida, brillantes y rebosantes de gente dispuesta a animarte un día nefasto.
Plazas y terrazas donde mis padres esperaban que terminase de jugar con mis amigos y que ahora yo mismo utilizo para esperar a la gente que me acompaña en mi día. Risas, carcajadas, gritos y más risas se reproducen en mi cabeza como si las estuviera escuchando.
También lugares de soledad, lugares donde las risas han sido sustituidas por llantos y lágrimas, abrazos y apretones de manos que reconfortan hasta el alma más hundida.
Ésta es mi ciudad, una ciudad pequeña, pero con muchas historias que contar. Una ciudad perdida entre los montes, en una pequeña comarca pegada al río. Una ciudad industrial, donde la contaminación se ha convertido con frecuencia en la protagonista de sus vientos. Una ciudad que, sin embargo, ha despertado una infinitud de sensaciones dentro de mi persona. Sensaciones que nunca podré olvidar y que me acompañaran por siempre en el viaje de la vida. Tristezas y alegrías, frustraciones y fuerzas nuevas que han guiado mi camino hasta donde estoy ahora, en una nueva ciudad, con gente distinta, con lugares distintos acogedores y que a la vez desprenden el halo de misterio que desprende todo lo desconocido.
Un puñado de sensaciones nuevas, ansiosas de llenarme y sustituir a las anteriores, pero que solo conseguirán completar el libro de mi vida, llenar unas páginas que durante muchos años han tenido el nombre de una región del norte de nuestro país, Cantabria, unas libro que nunca estarán completo, puesto que siempre buscará nuevas fotografías para llenar sus a veces caóticas páginas. Un libro que más que una novela, relatora de historias a través de las palabras, es un álbum de fotos que transmite sensaciones mediante las imágenes mentales que poco a poco han ido conformando mi persona y mi vida.

El árbol



El árbol, inmutable durante el paso de los años, lentamente creciendo en un mundo que vive demasiado deprisa para su esencia.
Su naturaleza vegetal atrapada en un mundo ficticio donde lo artificial ha suplantado a los hijos de la tierra.
Sin embargo, centímetro a centímetro el árbol crece.

Sin que nos demos cuenta, de manera imperceptible para un ojo demasiado inquieto. Nos ve crecer y crece con nosotros, es testigo de nuestros sueños de infancia, nuestra madurez y de las etapas marchitas de nuestra vida.
Su tronco seguirá allí el día en que dejemos de visitarlo, sus ramas se habrán estirado intentando tocar el cielo y sus hojas habrán cambiado con cada estación, dotándole de colorido, de belleza y vida.
Aunque no nos demos cuenta, nos habrá observado durante toda nuestra existencia. Habrá observado la vida de cientos y miles de personas, que cada día caminan sin fijarse en el árbol que siempre ha estado allí. Cuántas historias podrá contarnos... Cuántos habrán buscado el caobijo de su sombra en verano, y la protección de sus ramas en una lluviosa tarde de invierno.