martes, 14 de octubre de 2008

1000 fotos

Despierto una mañana, el despertador no ha sonado, no quería que nada marcase el ritmo de mi día. Una ducha rápida y a la calle. Un corto paseo hasta el coche, quiero llegar rápido a la costa.
Tras un breve viaje por fin alcanzo el mar. Bajo del coche y me dirijo a la playa; está vacía.
Tranquilidad... Una tranquilidad apoyada en el sonido de las olas, un mecer eterno que arrastra el sonido del océano hasta mis oídos.
Un olor indescriptible, el salitre, entrando desde mi nariz hasta los pulmones, llenándome de millones de sensaciones: paz, relajación, nostalgia...
Los cortados acantilados reproduciendo la melodía de las olas, una serenata continua que no ha cesado en milenios y el suave tacto de la arena en mis pies me han preparado para volver a la ciudad.
Tras unas vueltas buscando sitio para aparcar, lo hago y me bajo del coche. Me dispongo a recorrer las enredadas calles de mi ciudad.
Las mismas caras de siempre, unas conocidas, otras desconocidas, algunas saludan y otras pasan de largo. Caras y calles que me han visto crecer, grupos de niños que juegan donde yo jugaba hace años, una esquina que me trae imágenes de una parte ya olvidada de mi vida. Calles nuevas, calles donde nunca jugué, que han sustituido espacios urbanos donde crecí.
Un parque, que me vio jugar al fútbol entre sus árboles y que poco a poco ha visto como mis costumbres han cambiado. El fútbol fue poco a poco dejando el paso a la música, la pelota fue sustituida por la guitarra y la portería por un escenario. Y sin embargo, el parque sigue siendo el mismo, los árboles en el mismo sitió donde los deje hace años, incluso el escenario estaba allí antes, pero mis ojos de niño lo habían pasado por alto.
Tras unas vueltas sin rumbo encuentro mi colegio, cuna de todo cuanto me han enseñado, aquel que despertó mi interés por el conocimiento y que me dio amistades que nunca podré olvidar. Gente que veo frecuentemente y gente que no volveré a ver, pero que tienen un hueco en mi recuerdo que no se borrará.
Sigo andando y descubro lugares nuevos, no sabría decir si estaban antes o no, quizás hayan cambiado con el tiempo, o puede que sigan siendo los mismos. Puede que incluso los conociera y que mi recuerdo los haya borrado de mi mente.
Lugares de reunión que llevo utilizando durante años, lugares tranquilos, abiertos donde se puede respirar la paz en una tarde ajetreada; o lugares llenos de vida, brillantes y rebosantes de gente dispuesta a animarte un día nefasto.
Plazas y terrazas donde mis padres esperaban que terminase de jugar con mis amigos y que ahora yo mismo utilizo para esperar a la gente que me acompaña en mi día. Risas, carcajadas, gritos y más risas se reproducen en mi cabeza como si las estuviera escuchando.
También lugares de soledad, lugares donde las risas han sido sustituidas por llantos y lágrimas, abrazos y apretones de manos que reconfortan hasta el alma más hundida.
Ésta es mi ciudad, una ciudad pequeña, pero con muchas historias que contar. Una ciudad perdida entre los montes, en una pequeña comarca pegada al río. Una ciudad industrial, donde la contaminación se ha convertido con frecuencia en la protagonista de sus vientos. Una ciudad que, sin embargo, ha despertado una infinitud de sensaciones dentro de mi persona. Sensaciones que nunca podré olvidar y que me acompañaran por siempre en el viaje de la vida. Tristezas y alegrías, frustraciones y fuerzas nuevas que han guiado mi camino hasta donde estoy ahora, en una nueva ciudad, con gente distinta, con lugares distintos acogedores y que a la vez desprenden el halo de misterio que desprende todo lo desconocido.
Un puñado de sensaciones nuevas, ansiosas de llenarme y sustituir a las anteriores, pero que solo conseguirán completar el libro de mi vida, llenar unas páginas que durante muchos años han tenido el nombre de una región del norte de nuestro país, Cantabria, unas libro que nunca estarán completo, puesto que siempre buscará nuevas fotografías para llenar sus a veces caóticas páginas. Un libro que más que una novela, relatora de historias a través de las palabras, es un álbum de fotos que transmite sensaciones mediante las imágenes mentales que poco a poco han ido conformando mi persona y mi vida.

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