jueves, 16 de septiembre de 2010

Viento estival

Salí a la calle y tomé una profunda bocanada de aire, entonces fue cuando empecé a entender algunas cosas.
Era septiembre, un buen día de septiembre, y el viento era cálido y reconfortante. Venía seco, del interior, y arrastraba un aroma indescriptible, con matices inapreciables para alguien que tan sólo lo respira.
Pero yo no estaba respirándolo, yo me estaba dejando llevar por el aire y me fundía poco a poco en sus suspiros...
Entonces lo noté. Los matices inapreciables, los juguetones aromas, la tierna calidez, todos me eran familiares. Todos me recordaban a lo mismo.
Aquella tarde de septiembre el viento me trajo el aroma que vuela en el viento primaveral, ese viento alegre que recuerda que el verano se acerca, que llena el alma de esperanzas y emociones nuevas. El aire que anuncia la inminencia del cambio.
Pero era demasiado tarde. El verano estaba acabando. El ventoso fantasma confundía mis sentidos para jugarme una mala pasada. Al igual que vino en primavera para anunciarme el estío, llegó en septiembre para avisarme de su final.
Se rió de mis promesas incumplidas, de los planes imperfectos y de los fracasos anunciados. Se regocijó con mis pesares y me envolvió de luto.
Y así, el viento que me había traído el gozo en el pasado, me recordó que todo lo que empieza tiene su final...


Paz, amor y vendavales...

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