lunes, 9 de agosto de 2010

La lucha del guerrero

El guerrero subió a la cima de la más alta montaña y se postró de rodillas.

El cielo empezó a oscurecerse, las nubes negras cubrían hasta donde alcanzaba su cansada vista y los rayos comenzaron a brillar.
El frío viento movía su revuelto y enmarañado pelo; sucio y sudado.

Encontró el valor en las gélidas gotas de lluvia y lanzó su grito contra el cielo:
—¡Zeus! Ya está. Lo has conseguido. Me rindo.
El cielo estalló con un rayo que se pudo oir varios kilometros a la rendonda. Los que lo oyeron tuvieron la extraña sensación de estar escuchando una carcajada.
—No lo soporto más. Estoy cansado de luchar; para mí la batalla ha perdido su significado.

La voz del guerrero no mostraba miedo, se levantaba de manera clara y potente por encima del rugir de la tormenta. Sin embargo, el tono de su voz resultaba amargo y melancólico.
Una terrible voz se levantó por encima de la del guerrero:

—Vosotros los mortales... siempre tan estúpidos. —No había rastro de sorna ni odio en esta afirmación. Se podría intuir, incluso, un extraño tono paternal en la aterradora voz celestial— ¿Te rendirías ahora que has luchado tanto? Parece mentira que tu seas el guerrero al que tantos poemas han dedicado.

—No busco gloria ni alabanzas. —Respondió el guerrero— Estoy cansado de tanta derrota, pero también estoy harto de las victorias. Simplemente quiero algo de paz. Quiero poder sentarme y mirar al horizonte sin imaginarme enormes ejercitos a los que tendré que derrotar. Mirar al mar sin ver flotas de navíos surcando las aguas. Quiero mirar al cielo sin temer ver el fuego de la batalla. El único fuego que quiero ahora, es el fuego de las estrellas.

—Iluso. No comprendes nada. Los héroes, los verdaderos héroes, son los que hacen brillar el fuego de las estrellas. Y ni yo, ni nigún otro dios, podría jamar tener la osadía de intentar apagar uno de esos fuegos, ni tampoco suficiente poder. Cuando un héroe auténtico muere, enciende el corazón del universo para que su luz pueda seguir iluminando este solitario planeta. Es algo superior incluso a los dioses.

El guerrero se levantó y miró con odio al cielo.

—Yo no soy ningún héroe, nunca he pretendido serlo ni jamás he perseguido ese objetivo. Vosotros, en vuestra arrogancia, elegís a los héroes, les proporcionas vuestra sangre y vuestra bendición. Éso es lo que les convierte en héroes.

Una sonora carcajada inundó el oscuro cielo, haciendo al valiente guerrero estremecerse.

—La sangre de dioses no crea héroes, convierte a humanos normales en excepcionales, pero el verdadero heroísmo está en el espíritu de cada uno. En el espíritu humano. No lo entiendes, el poder no hace al héroe, la superación de la carencia de poder sí. Tú tienes en tus manos la capacidad de convertirte en algo anhelado por muchos hijos de dios. Ni siquiera yo, podría darte o arrebatarte ese poder.

El guerrero se dejo caer en sus rodillas y apoyó sus manos en el suelo. Las lágrimas en su rostro se confundían con las gotas de lluvia que lo recorrían.

—Descarga tu ira sobre mí. Que tus rayos me hieran hasta lo más profundo de mi alma. Que mi espalda quede marcada con las mismas cicatrices que el cielo nocturno cuando tus tormentas lo desgarran. Mutila mis miembros si es lo que quieres pero yo me rindo. Me rindo. No lo soporto más.

Una explosión de luz iluminó el oscuro cielo. Por unos instantes todo quedó blanco. Cuando la oscuridad volvió a abrazar la cima de la montaña ya no había nadie allí.
Esa noche se apagó una estrella en el cielo nocturno, un lucero que no volvería a brillar jamás. Las nubes negras no desaparecieron de la montaña hasta varios meses después, descargando constantemente su lluvia; como si un dios llorara...

Paz, amor y cielos surcados de cicatrices...

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