Cayó inconsciente. Murió. Se llevo con él la calidez esperanzadora para dejar paso al gris neutro y azulado de los cielos tristes.
La vida empezó su decaimiento, comenzó su período de degradación; la muerte anunciada e inexorable que nos inunda cíclicamente.
Los colores fríos empezaron a ganar terreno, revindicando su presencia en un mundo que había olvidado el significado de la oscuridad.
Días cortos, noches largas. Días húmedos, noches gélidas...
Pero entre la muerte nació la lucha. De lo mustio surgió lo bello. Las verdes hojas de los árboles del estío cambiaron sus uniformes. La guerra había empezado y darían su úlimo aliento hasta perderla. Sabían que perderían. Aún así, se tiñieron de sangre. Sacaron sus colores rojo fuego para dar calidez en tiempos helados, para encender los corazones de los que luchan, a pesar de conocer su futura derrota.
Con esta última batalla, unas simples hojas, nos recordaron lo que es la vida.
Paz, amor y calidez...